Un experimento sobre el ritmo
Un gesto simple me remontó a mi infancia y a la mirada curiosa de la niña que fui.
Me invitó a observar el ritmo perfecto.
Un frasco de mermelada, algodón y varias semillas de zapallo.
Todos elementos que tenía a mano, en casa. Algo muy simple. Solo necesité curiosidad para activar mi creatividad y transformar lo cotidiano en un pequeño experimento.
El tiempo comenzó a correr y, con él, el ritmo de cada semilla se volvió propio.
Algunas brotaron rápido, otras tardaron semanas.
Algunas echaban raíces silenciosas, otras mostraban brotes visibles.
Cada una avanzaba a su manera, siguiendo su propio compás.
Volver a esa mirada infantil me recordó algo esencial: cuando somos niños, percibimos la vida en su propio ritmo.
Observamos sin apuro, aprendemos sin presiones, descubrimos sin compararnos.
Ese mismo principio se aplica ahora: el ritmo justo no se apura, simplemente ocurre en el momento que le corresponde.
Me gusta observar cómo late lo que está vivo a mi alrededor: una semilla que germina bajo la tierra lo hace en silencio, respetando los tiempos de la naturaleza. Un amanecer se despliega segundo a segundo, siguiendo el compás del universo. Un vínculo profundo se construye de a poco, dando espacio a conocernos y compartir nuestras historias.
Todo lo que es significativo tiene su propio compás: a veces más lento, más sensible, más intuitivo.
Y lo curioso es que, cuando nos animamos a habitar ese ritmo, la vida nos lleva hacia donde queremos ir.
No con prisa, pero sí con presencia.
No empujando, pero sí eligiendo conscientemente.
Vivir mi propio tiempo
Al comenzar el año, me propuse cumplir un sueño que había latido dentro mío durante años: escribir mi primer libro.
Avancé, dudé, me entusiasmé y abandoné varias veces.
Hasta que pedí ayuda: alguien que pudiera acompañarme desde mi ritmo, que compartiera mis valores y creyera en la experiencialidad para transitar ese recorrido.
Un día, en medio de una reunión, la voz interna que siempre mide todo en resultados gritó:
"No estás avanzando lo suficiente"
Y la respuesta, con calma y atención, fue:
"Estás viviendo."
Sí: estaba viviendo. Desafiándome, sintiendo, dudando, pero viva.
Y eso también es parte del proceso.
Las grandes cosas no nacen del apuro.
Lo significativo necesita tiempo, paciencia y dedicación.
Cada proceso personal tiene su propio pulso, y lo valioso se hace presente cuando respetamos ese ritmo: ni antes ni después, sino en sintonía con lo que somos capaces de sostener.
Hoy lo sé: el ritmo correcto no es el de los demás, sino el mío, único e irrepetible.
Lo que importa no es la rapidez ni la visibilidad, sino la presencia y la conexión con lo que late dentro nuestro.
Cada avance silencioso, cada enraizamiento, cada proceso invisible forma parte de la melodía de nuestra vida.
Si sentís que tu ritmo se siente confuso o tus pasos inseguros, recordá esto:
tu proceso, aunque silencioso, ya está construyendo algo nuevo dentro tuyo.
La vida no siempre se ve desde afuera, pero siempre se siente desde adentro.
No estás llegando tarde.
Estás llegando a tu tiempo.
Y eso es justo lo que necesitás.
Si querés seguir profundizando sobre el ritmo justo y cómo habitarlo en tu vida, podés escuchar mi episodio de podcast, donde comparto mi experiencia completa y algunas reflexiones para aplicarlo en tu día a día.
ESCUCHARLO EN SPOTIFY
Un abrazo enorme,
Ana
Un alma en constante movimiento. Exploradora de experiencias y creatividad.
____
Podés encontrar más escritos • audios • transformación para moverte por dentro en @filosofia.nomada o si prefería temas sobre Identidad Experiencial • Procesos de cambio • Creatividad, te espero en @soyanabonvin