Siento una admiración profunda por todas aquellas personas que se animaron.
Y no me refiero solo a quienes salieron a viajar por el mundo o renunciaron a multinacionales, sino a quienes se atrevieron a cambiar de rumbo más allá del miedo, de la incertidumbre, de lo inesperado.
A quienes siguieron una intuición, un impulso, una voz interna que insistía en que había otra forma de vivir.
Incluso lo desconocido puede ser habitado cuando uno se atreve a sentirlo, a respirarlo, a comprometerse con su propio pulso.
El cambio de rumbo no es solo una decisión externa:
es una respuesta a la pregunta que me ronda una y otra vez —¿estoy siendo quien quiero ser?—.
Decir “sí” a lo que late profundo es una manera de responder con honestidad.
Aunque el camino no esté dibujado y la razón pida garantías, algo en el cuerpo ya sabe que necesita moverse.
Cambiar de rumbo nunca es una huida ni un acto de azar.
Es coraje.
Es una incomodidad que se desliza bajo la piel y me empuja, suave pero constante, a salir de lo conocido.
No hay un día exacto ni una decisión repentina; es un proceso que crece adentro hasta que ya no hay forma de ignorarlo.
No se trata de escapar, sino de escuchar.
Cada viaje exterior refleja un movimiento interior.
Cada mudanza, cada decisión de soltar un trabajo o una rutina, nace de un sacudón interno: ideas que se aflojan, certezas que se caen, una piel que queda chica.
Los rumbos distintos abren nuevas formas de mirar.
Al principio parece que todo cambia afuera —el lugar, las personas, las circunstancias—,
pero lo que verdaderamente se transforma es lo que llevo dentro: mi manera de sentir, de pensar, de elegir.
Moverme es reinventar el modo en que habito el mundo.
La nomadía como filosofía se sostiene en esa simpleza: el movimiento consciente no busca certezas absolutas ni planes cerrados. Busca coherencia. Escuchar lo que late, aunque no haya coordenadas claras. Dar permiso al impulso antes de cerrar una puerta.
Reconocer que la incertidumbre no es un enemigo, sino un terreno fértil donde algo nuevo brota.
La libertad no está en el lugar al que llego. Está en cómo me habito, en cómo elijo moverme, en cómo sostengo lo que soy en cada cambio de rumbo.
Ser quien quiero ser es vivir en sintonía con ese pulso interno que me llama, una y otra vez, hacia versiones más vivas de mí misma.
¿Estoy siendo quien quiero ser?
Cariños,
Ana
Un alma en constante movimiento. Exploradora de experiencias y creatividad.
____
Podés encontrar más escritos • audios • transformación para moverte por dentro en @filosofia.nomada o si prefería temas sobre Identidad Experiencial • Procesos de cambio • Creatividad, te espero en @soyanabonvin