Adopté esa pregunta como un mantra personal. Una pequeña instrucción secreta que me guía en silencio: salí, explorá, abrí los ojos y los sentidos, permití que lo desconocido te transforme.
Porque cada instante es una oportunidad de descubrimiento.
Explorar no siempre significa viajar lejos. No hace falta pasaporte, rutas ni mapas. A veces alcanza con habitar con atención, contemplar y dejar que el asombro nos atrape. Puede ser un barrio escondido en la ciudad, donde las veredas crujen bajo los pasos y los grafitis cuentan historias no escuchadas. Puede ser una plaza olvidada, con bancos gastados y sombras que juegan entre los árboles. O un sendero que conduce a un río secreto, donde el agua refleja un cielo más intenso que cualquier postal.
Cada hallazgo despierta algo en mí: la curiosidad se agita, los sentidos se expanden, la mente se aquieta, el cuerpo recuerda: estoy viva.
Y entonces, inevitablemente, aparece la pregunta:
¿Qué más hay allá afuera para mí?
No se trata solo de lugares. También se trata de decisiones, proyectos, relaciones, de los límites que me pongo a mí misma. Es un llamado a mirar más allá de lo cómodo, de lo seguro, de lo ya conocido.
Camino. Siento la textura del sendero bajo mis pies, el viento enredándose en mi pelo, el sol calentando mi espalda. Cada curva trae algo nuevo: el olor a tierra húmeda después de la lluvia, un canto que atraviesa el silencio, una sombra que se mueve diferente con la luz del atardecer. Y recuerdo que incluso en la esquina de siempre hay mundos enteros esperando ser descubiertos.
Siento el lugar que habito. Las pendientes me desafían. Subo un poco más. Avanzo un poco más. El aire fresco llena mis pulmones, los músculos se tensan y el cansancio me recuerda que estoy viva. Desde lo alto, un valle cambia de color con el sol: un regalo inesperado que la curiosidad me permitió encontrar.
Así fue como este impulso se convirtió en filosofía: no quedarme en la primera vista, en el primer mirador. Siempre subir un poco más. Siempre explorar un poco más.
Con el tiempo entendí que cuando lo cómodo empieza a incomodar, la curiosidad se vuelve brújula. Me invita a salir de lo conocido, a abrirme a lo que espera más allá, a moverme incluso sin certezas.
Porque lo que hay allá afuera no es solo un lugar. Es un pulso. Es un ritmo. Es una invitación a vivir con los ojos abiertos y el corazón dispuesto.
Siempre hay algo más. Siempre hay algo esperándome para transformarme.
Y de esa pregunta nació también un espacio dentro de mi podcast “Una filosofía de vida nómada”: la sección “¿Qué más hay allá afuera?”, donde invito a diferentes personas a compartir sus historias de cambio, movimiento y reinvención.
En esta oportunidad la invitada fue Giselle Pronesti, quien, después de años en el ámbito corporativo, eligió dar un giro en su camino para apostar por lo que realmente la enciende.
Hoy, además de consolidar su marca personal, es fundadora de un movimiento global cuyo propósito es la conexión: invitar a desconocidos a compartir sus historias alrededor de un café.
Con Giselle conversamos sobre la importancia de hacernos las preguntas justas en el momento preciso. Sobre ese tiempo del medio que transcurre mientras nos vamos convirtiendo en una nueva versión. Y sobre otros temas que abren caminos y despiertan preguntas.
Compartimos su historia como una forma de expandir la mirada, de mostrar que hay muchas maneras posibles de vivir, decidir, crear y habitar el mundo.
Te invito a escucharlo y seguir explorando conmigo lo que la vida nos ofrece más allá de lo conocido.
Un abrazo enorme,
Ana
Un alma en constante movimiento. Exploradora de experiencias y creatividad.
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