Hay algo que me enciende, ¡y mucho!
Es reflexionar sobre la identidad y la huella que dejamos en el mundo.
No desde la grandeza o hitos espectaculares, sino desde esos pequeños gestos que transforman silenciosamente la vida de quienes nos rodean.
Mi camino ha sido guiado por una filosofía de vida nómada, pero no en el sentido de simplemente moverme de un lugar a otro, sino en la manera en que elijo habitar cada espacio y conectar con las personas.
La vida no se mide en coordenadas, sino en las conexiones que construimos.
No se trata de cuánto tiempo permanecemos en un lugar, sino de cómo lo vivimos, qué historias compartimos y cómo nos entregamos a cada encuentro.
En cada ciudad, en cada nuevo rincón que descubro, me acompaña una pregunta recurrente:
¿Quién habrá pasado por aquí antes? ¿Qué huellas habrán quedado, invisibles pero imborrables?
Las huellas que dejamos
Dejar huella no significa hacer cosas extraordinarias.
A veces, es un consejo dado en el momento justo, una conversación que despierta nuevas posibilidades en alguien más, o la manera en que elegimos vivir nuestra propia vida, inspirando a otros a cuestionarse y animarse a elegir distinto.
Parte de mi raíz está en las huellas que me dejaron mis abuelos. No solo en sus historias o en los recuerdos compartidos, sino en la manera en que eligieron vivir, en los valores que transmitieron sin necesidad de grandes discursos.
Me enseñaron que la verdadera trascendencia no está en el reconocimiento externo, sino en cómo impactamos la vida de quienes nos rodean. En su forma de habitar el mundo encontré pistas sobre mi propia identidad, sobre el valor de la libertad, la curiosidad y el respeto por cada encuentro humano.
Mi trabajo es una extensión de esta filosofía. No se trata solo de estrategias, mentorías o palabras escritas, sino de acompañar a mujeres en el descubrimiento de su identidad, ayudarlas a construir marcas con significado y a crear experiencias que dejen huella en las personas.
Y en este recorrido, también descubrí que la identidad no es algo estático. Es un tejido vivo que se va transformando con cada experiencia, con cada interacción, con cada persona que cruza nuestro camino y nos deja un pedacito de su historia.
Tu historia también deja huella
Hoy quiero invitarte a que mires hacia atrás y te preguntes: ¿En qué momentos sentís que dejaste tu huella?
Quizás fue con un abrazo dado en el instante preciso, con un mensaje enviado sin saber que del otro lado alguien lo necesitaba, o con una idea compartida que sembró la semilla de un sueño en otra persona.
No hace falta viajar por el mundo para hacerlo.
Cada día, con nuestras elecciones y acciones, estamos dejando una marca.
La pregunta no es si estamos dejando huella, sino qué tipo de huella queremos dejar.
Si esta reflexión resuena con vos, te invito a escuchar el nuevo episodio de mi podcast, donde comparto más sobre la raíz de mi identidad y cómo encontré mi propia manera de dejar huella.
Tal vez te ayude a conectar con tu propia historia y con las personas que están esperando conocerla.