Anclados en lo que somos, en nuestra esencia, mientras todo a nuestro alrededor cambia, fluye, se transforma. Mantener un centro firme y claro, aunque el mundo y las circunstancias nos lleven a girar, avanzar, retroceder o detenernos. Reconocer que somos proceso en constante transformación, pero que ese proceso nace de una sabiduría interna que no cambia. Esa raíz que guarda la esencia de quiénes fuimos y abre espacio para quiénes estamos llamados a ser.
La capacidad de habitar el presente con estabilidad interna, sin dejarse arrastrar por cada vaivén externo. Sostener una identidad o un propósito que da sentido y continuidad, incluso cuando el camino se desdibuja o toma formas inesperadas. Como un río que nunca es el mismo porque corre, pero que sigue siendo río, llevando su cauce con constancia.
En la vida, esta permanencia en medio del movimiento nos invita a confiar en lo que somos en lo profundo, mientras nos abrimos a la experiencia de la novedad, la sorpresa y el cambio.
No se trata de resistir o aferrarse rígidamente, sino de estar presentes y conectados con nuestro centro, desde donde podemos navegar con flexibilidad y apertura. Danza sutil entre la estabilidad y la transformación, entre el arraigo y la expansión.
La permanencia también se teje con la sabiduría que acumulamos en el andar, con las lecciones que el camino nos regala. Esa sabiduría es un faro interno que ilumina el recorrido y nos conecta con una herencia que va más allá de nosotros. Nuestras raíces no son un punto fijo, sino una red de conexiones que se expande a medida que nos movemos y vivimos. La identidad se va tejiendo con cada nueva relación y cada nuevo lugar que visitamos.
El legado no es solo lo que dejamos para otros, sino también lo que construimos en nuestro interior: los valores que cultivamos, la autenticidad que afirmamos, la huella que marcamos en cada paso.
Vivir conscientes de ese dote nos invita a caminar con intención, a preguntarnos qué queremos sembrar en nuestro paso por la vida. Nos conecta con la responsabilidad amorosa de ser creadores de nuestro propio destino y al mismo tiempo, herederos de una historia que nos precede.
Es un llamado a dejar huellas que nutran, que inspiren, que inviten a otros a también encontrar su permanencia en el movimiento.
Cuando la quietud se vuelve conciencia. Cuando echar raíces no significa quedarse, sino habitarse más profundo.
Un abrazo enorme,
Ana
Un alma en constante movimiento. Exploradora de experiencias y creatividad.
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